Una tarde de domingo tonta, de esas que te sientas con la estufa delante y navegas haciendo clicks uno tras otro sin rumbo cibernético fijo, me ha llamado mucho la atención algo que he decidido compartir con vosotros: la filosofía wabi sabi.
El wabi sabi se fundamenta en tres sencillas realidades:
nada dura, nada está completo y nada es perfecto. Por lo tanto, el wabi sabi
basa sus estándares de belleza en todo aquello que sea impermanente, imperfecto
e incompleto.
Actitudes como la aceptación y la contemplación de la
imperfección, el fluir constante hacia la forma natural de las cosas. Actitudes
como estas forman parte de algo que es, más que una filosofía, una forma de
vida. Presente en muchos de los aspectos diarios de la vida cotidiana de la
cultura japonesa, influyó desde hace siglos incluso en la ceremonia del té,
desarrollando una estética propia basada en el gusto por lo sobrio, lo natural
y lo humilde. Pasaron de celebrar la suntuosa ceremonia del té en lujosos
palacios a hacerlo en rústicas cabañas, sentados en el suelo y elaborando el té
con objetos de lo más humilde.
Objetos y hasta obras arquitectónicas cuya
sencillez y asimetría hacen de lo sobrio algo bello y natural. Defectos de
fabricación hacen al objeto algo único. El wabi sabi hace culto de aquellos
objetos que, por sí mismos, son capaces de transmitirnos desconsuelo y soledad,
alejándonos de lo material para encaminarnos hacia una vida más sencilla.
Totalmente identificada con esta filosofía, me considero la
eterna defensora de la imperfección como cuna de la belleza. Las pequeñas
imperfecciones son las que nos hacen diferentes unos de los otros. No logro
imaginarme un mundo en el que todas las mujeres tuviéramos las mismas medidas,
en el que todos tuviéramos los ojos del mismo color, en el que nadie conociera
la palabra complejo… La arruga es bella, dicen, y si es tuya, me gusta aún más.
Feliz wabi sabi.